martes, 31 de julio de 2012

No podría haberlo sido nadie más.

Todas, absolutamente todas las chicas en algún momento de nuestras vidas soñamos con nuestro príncipe azul. No sabemos que ésos son los peores porque destiñen. Tampoco nadie nos dice que ése príncipe al que tanto añoramos no llegará montado sobre un majestuoso caballo blanco cuando más le necesitemos y tampoco seremos felices y comeremos perdices a su lado. No somos princesas. Pero sí que existen los demás príncipes, de muchos, muchísimos colores, incluso tricolores, y sí, tal vez no lleguen montados en bonitos caballos en los momentos oportunos, pero sé de príncipes que llegan con su skate bajo el brazo, que prometen cuidar de ti aunque vayan ebrios, que escuchan todas tus paranoias en cualquier momento y están a tu lado, aunque muchas veces creas que no. Ésos son los verdaderos príncipes, los de carne y hueso, que no dejan que ningún obstáculo les tumbe, que hacen mil tonterías y mil bromas porque están realmente bien y no para ocultar su sufrimiento.          

                  Gracias por haber sido mi príncipe. No podría haberlo sido nadie más que tú.

Deseos, esperanzas, ilusiones... ¿recuerdos?

Hacía mucho que no escribía. ¿Por miedo? Sí. Una vez le dije que para mi, muchas veces, escribir era un suplicio, porque me obligaba a sentir todo aquello que no me veía capaz de sentir. Él se quedó perplejo. ¿Era un bicho raro ante sus ojos? Quizás. Pero ahora que lo pienso, recuerdo que siempre me miraba con curiosidad; cuando le hablaba, abría de manera exagerada esos ojos que me desarmaban y estaba atento a absolutamente todas mis palabras, a todos mis gestos...
Le echo tanto de menos... y me imagino mil momentos a su lado, millones de caricias, infinitos besos, innumerables circunstancias enfrentadas mientras nuestros dedos están entrelazados.
Deseos y más deseos... esperanzas, ilusiones, ¿recuerdos? Al final es lo único que nos queda.

viernes, 13 de julio de 2012

Cocodrilos.


Ahora, que no puedo contener más las lágrimas debo deciros que os echo muchísimo de menos. Sé que apenas ha pasado una semana, casi dos, que ha pasado más tiempo sin vernos, pero el hecho de saber que estáis a 3.000 malditos kilómetros me consume por dentro. Cuando me fui de España fue como si me desgarrara por la mitad, es una sensación horriblemente indescriptible con la que me he acostumbrado a vivir a cada segundo, minuto, hora, día, semana y pronto se convertirá en mes.

Os preguntaréis ¿a qué viene esto? La respuesta es: fotos. Fotos de los buenos momentos vividos, fotos en las que salimos sonrientes, haciendo el tonto, pasándonoslo bien, como nosotros sabemos y me resquebrajo por dentro al pensar que esos momentos no se volverán a repetir. Quizás suene egoísta, vale, se volverán a repetir, pero yo no estaré ahí para hacer partícipe de ellos. Duele. No sabéis como duele. Y me siento sola, hundida y os echo de menos. Y os he dejado a todos atrás, he dejado la parte más bonita de mi vida atrás para aventurarme a lo nuevo y no puedo chicos, no puedo hacer como si nada porque es imposible seguir adelante sin teneros en cuenta, es imposible despertarme por la mañana y no pensar en vuestro estado de ánimo, si estáis bien, si tenéis un mal día, si en vuestro interior hay tormenta o el mar está en calma… me hacéis falta…

Duele, duele pasar la tarde en casa, mirando al vacío y acordarme de las millones de tardes con vosotros. Ahora mismo todo duele, todo hace daño, todas las heridas están abiertas, pero el tiempo lo cura todo y a mi nadie conseguirá tumbarme, pienso resistir hasta el final, hasta que mis huesos se quiebren y ya no me aguante en pie. Pienso estar aquí, aunque esté muy lejos. ¿Me leéis bien? Estoy AQUÍ. Estoy aquí y os quiero mucho.

Miro a mi viejita de pelo gris y gafas redondas. La preocupación se adueña de sus facciones. No puede soportar la idea de que el amor de su vida esté postrado en una cama de hospital, rodeado de dos desconocidos, mientras ella tiene que atender a tres personas prácticamente lejanas a ella por la distancia y por el peor enemigo de la raza humana, el tiempo.

Hasta ahora habría jurado que ella era la luchadora, la fuerte… ella no está aquí gracias a mí, ni siquiera está aquí por su hija, ella se mantiene en pie por él, porque sé que no existiría el uno sin el otro. Son como la ley de causa y efecto según los principios de causalidad; si existe una causa, inmediatamente existe un efecto. Así son ellos, como el fuego y el hielo, que coexisten y se complementan el uno al otro y aunque sean contrarios sé que cuando es espíritu de uno de ellos se apague, el otro también dejará marchar su esencia. Y creo que lo he comprendido, he comprendido que existe el amor verdadero, el amor que dura toda la vida, ese amor con el que muchos soñamos pero pocos tenemos la suerte de vivir.

Estoy comprendiendo que cuando uno desaparezca de la faz de esta tierra el otro con gran alegría y felicidad irá a su encuentro.

Si él se va, ella no tendrá a quien cuidar. Si ella decide irse antes, él no tendrá quien le cuide. Se necesitan el uno al otro como sus mismos pulmones necesitan el aire del que se hinchan y es algo inevitable. Inevitable que el destino les haya unido hace tantos años, inevitable que hayan pasado por tantas dificultades juntos, inevitable que se hayan querido tanto e inevitable que sigan queriéndose a estas alturas de su vida.

Ese es  el amor verdadero, aquel amor que espero encontrar algún día y sobretodo, espero que camine junto a mi el resto de mi existencia. Hasta entonces seguiré soñando con ese amor que quizás sí, quizás no llegaré a vivir.

Te echo de menos.


Hola querida amiga, de antemano, te echo de menos. Han pasado aproximadamente dos semanas desde que no te veo. Un nudo se ciñe entre mi garganta y mi estómago ¿qué debe ser?  Me siento perdida, sí… me siento sola y hace frío, pero a pesar de ello sé que no lo estoy. Noto tu presencia, tu preocupación y tu cariño atravesando las distancias. Escucho tus consejos dentro de mi mente y sonrío, porque te siento conmigo.

Las lágrimas mojan mis mejillas iluminadas por la luz azulada que emana la pantalla de mi portátil mientras escribo, como te prometí, mis pensamientos y ahora más que nunca sé y siento que eres mi mitad, el pedazo que siempre me ha faltado y que ahora, por suerte, he encontrado.

Trato de infundirme valor y fortaleza pensando que ni la distancia ni el tiempo podrán con esto tan indescriptible. No pueden poder. No puedo perderte. A ti no.

Pero seguir diciéndote lo esencial que eres en mi vida sería como contarle a un niño pequeño el mismo cuento noche tras noche para hacerle dormir. Tú ya lo sabes.

Pero a pesar de todo no puedo evitar sentirme débil. Todo se escapa de mi control, ahora mismo nada me obedece y ya sabes como me afecta no ser capaz de controlar las situaciones. Ahora más que nunca creo fervientemente en la Ley de Murphy. Maldita Ley de Murphy. Pero no sé como lo hago y siempre acabo riéndome de mis propios problemas. ¿Será eso lo que me hace parecer fuerte? ¿En verdad soy una leona? O huevona… ¡Quien sabe! Esta vida da muchas vueltas.

Las próximas dos semanas serán decisivas para mi futuro. Tengo miedo, mucho miedo, pero “es lo que toca”.

Ah, una última cosa, no sé si te lo había dicho antes, te echo de menos.

Espero con ansias “una de skype” para escuchar tu risa al menos, para que me lo cuentes absolutamente todo, como siempre.

Filosofea.


¿Se puede ser más patética? La pregunta es fácil, como todas las preguntas en verdad. Lo realmente difícil es la respuesta. La buscas, te estrujas los sesos tratando de encontrarla, husmeas, ves un atisbo de esperanza. Una hipótesis. Le das mil vueltas. Tiene una base consistente y entonces la tomas por respuesta, al menos provisional a tu pregunta,y la das por válida. Te aferras a ella. Luchas con uñas y dientes para defenderla y al final… Al final resulta que todo en esta vida es relativo, que todo vale, todo está bien.

Entonces ¿Quién tiene realmente la razón? ¿Hay una verdad o todos mentimos?

Tengo miedo. No tengo nada.


“Estaba en el jardín de casa y apareció de la nada un coche negro, un mercedes algo antiguo, delante de la puerta color escarlata. De repente la puerta delantera del lateral  derecho se abrió y mi mundo se iluminó. ¿Un halo de luz? ¿Un ángel? No. Era mi alegría. Bajó con una sonrisa de oreja a oreja, su sonrisa. Su mochila azul marino colgaba de su espalda. Algo no iba bien. Me abrazó y me dio un beso en la coronilla. No podía sentir su olor, tenía la nariz congestionada. Me miró a los ojos con sus hipnotizantes pupilas verdes y volvió a sonreír.

Me sentía plena. Me agarró las muñecas y me dijo: - Vengo a despedirme. Me voy a Argelia con mi padre.

En ese instante su padre bajó del volante del automóvil.  Una angustia se abalanzó sobre mi pecho. No me transmitía buenas vibras.

No quería que se marchara. Sabía que si nuestro abrazo se desprendía iba a perderle para siempre. Y se desprendió. Desesperación. Vacío. Dolor.

-Espérame aquí. Voy a buscar algo. – Asintió. Pero yo volví y él desapareció. Ya no estaba. Se había ido.

Desesperación . Vacío. Dolor. Otra vez.

NADA.  Y tras ese miedo tan abismal me he despertado esta mañana.

Largas noches sin dormir, espantosas y temerarias. Tengo miedo. No tengo nada.

Cosas de débiles.


El viento remueve ligeramente la ropa tendida, el sol calienta todo aquello que está a su alcance caldeándolo a más de 45ºC. Hace calor. El balancín está solo y la televisión  ronronea en el cuarto de estar sin que nadie le haga caso. Aris, cuan largo, está echado sobre la alfombra persa. Hace calor.
Un calor que no ayuda a mis pensamientos.

Pesadillas. Tengo pesadillas. ¿Espantosas? No lo sé.

Quizás la palabra correcta no sea pesadilla, sino sueño no deseado.

Esa vieja, chirriante e incómoda cama de matrimonio sólo está llena de soledad, de pensamientos que me ahogan y me arrastran hacía el abismo del que tantas veces he intentado salvar a los que me rodean. ¿Lo he logrado? No lo sé.

Me abrazo a la soledad y ella me abraza a mi. Es mutuo, como mi hermana, mi amiga, mi compañera de viaje que no me abandona ningún instante.

Trastorna. Trastornada. Difícil. ¿Hola? No sé. No sé nada. No soy capaz de ligar dos conceptos. No puedo. Todos son “no”. Grandes, pequeños, medianos, escritos en negrita, en cursiva y en subrayado, en negro y gris sobre blanco. No hay colores, no hay nada.

Desearía subir a un sitio muy alto y gritar hasta quedarme sin voz, sin aliento, sin cuerdas vocales y después llorar, llorar y llorar, hasta la saciedad. Mi conflicto interno es gigantesco. Se chocan, se cruzan y se enredan ideas opuestas. Sola. Oscuro. Negro.

Las manos que pueden socorrerme están lejos. Demasiado lejos. Las veo tendidas, dispuestas a levantarme pero no logro alcanzarlas, la oscuridad me engulle y me desmonta. La Alina que todos conocían ha muerto y ya está enterrada. No volverá a existir y me gustaba. Estaba cómoda con esta Alina, con sus actos, con sus pensamientos, con sus compañías. Estaba en armonía con el universo, con los que me rodeaban, conmigo misma. Todo estaba bien. Todo era casi perfecto. Todo cumplía con su función. Cada órgano, cada parte de un entero… ¿Por qué la vida es tan cruel? ¿Por qué yo? Muy pocas respuestas para tantas preguntas. Ni siquiera hace falta lamentarse ni compadecerse de uno mismo. Es de débiles. Yo no puedo serlo. Ni ahora ni nunca.