martes, 11 de septiembre de 2012

Mi vida junto a ti (II)

A pesar de todas las lágrimas derramadas, de tener quebrado el aparentemente intacto corazón, todavía imagino mi vida junto a ti.
Creo una historia que es capaz de caracterizarnos a ambos, pero que en realidad es tan improbable e incierta, que la contraposición me absorbe, invitándome, a veces contra mi voluntad, a adentrarme en un estado "soñando despierta".
Tras una cortina de dudas abro los ojos y veo tu rostro. Tus ojos están cerrados y en tu cara se esboza una plácida sonrisa. Estás soñando. Te despierto socorrida por los suaves roces de mis labios sobre tu dormido y particularmente atractivo rostro. Abres los ojos desconcertado, parpadeas e intensificas tu mirada hasta tal punto de vencer mi resistencia por propia rendición. Me dejo llevar. Tú me cuidarás.

Noches principalmente inocentes en la orilla del mar, bajo el cielo sumamente estrellado, junto a una botella de vino a punto de acabarse, se vuelven feroces y peligrosas antes de llegar al edén.
Tú, yo y nuestra locura.
Tú, yo y nuestra complicidad.
Tú, yo y la luna.
Tú, yo y nadie más.

Tardes en el campo, mientras yo me dedico a dibujar y emborronar el papel varias veces antes de que realmente lo que hay en él me convenza, tú prefieres disfrutar del leve sol que anuncia la llegada del verano. Es fin de semana, domingo concretamente. Una tarde de domingo que no se vuelve absurda a tu lado.

Desaliento por tu parte. Las ideas no hacen más que colapsarse en tu mente, dando lugar a un estado de confusión, insomnio y ojeras preocupantes. Te llevas las manos a la cabeza, son las cuatro de la mañana. Suspiras, resoplas, das mil vueltas. Nada. Sales al jardín. Apagas y enciendes las luces y piensas que el cuarto café ayudará a que tu inspiración aumente. Nada. Yo, a pesar del cansancio bajo de la cama. No puedo dormir, me preocupas. Cruzo el umbral de la puerta colocándome bien el pijama y en mi cara se dibuja una sonrisa de comprensión. Me miras a modo de disculpa pero un grito de desesperación, de ayuda, brilla en tus ojos. Te beso la mejilla, la frente, la nariz... tú me abrazas sentándome en tu regazo y pronuncias con resignación, pesar y asco hacía ti mismo "No puedo..." Vuelvo a sonreír posando mis manos a ambos lados de tu cara cansada y te susurro "Claro que podemos, intentémoslo".

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