viernes, 13 de julio de 2012

Cosas de débiles.


El viento remueve ligeramente la ropa tendida, el sol calienta todo aquello que está a su alcance caldeándolo a más de 45ºC. Hace calor. El balancín está solo y la televisión  ronronea en el cuarto de estar sin que nadie le haga caso. Aris, cuan largo, está echado sobre la alfombra persa. Hace calor.
Un calor que no ayuda a mis pensamientos.

Pesadillas. Tengo pesadillas. ¿Espantosas? No lo sé.

Quizás la palabra correcta no sea pesadilla, sino sueño no deseado.

Esa vieja, chirriante e incómoda cama de matrimonio sólo está llena de soledad, de pensamientos que me ahogan y me arrastran hacía el abismo del que tantas veces he intentado salvar a los que me rodean. ¿Lo he logrado? No lo sé.

Me abrazo a la soledad y ella me abraza a mi. Es mutuo, como mi hermana, mi amiga, mi compañera de viaje que no me abandona ningún instante.

Trastorna. Trastornada. Difícil. ¿Hola? No sé. No sé nada. No soy capaz de ligar dos conceptos. No puedo. Todos son “no”. Grandes, pequeños, medianos, escritos en negrita, en cursiva y en subrayado, en negro y gris sobre blanco. No hay colores, no hay nada.

Desearía subir a un sitio muy alto y gritar hasta quedarme sin voz, sin aliento, sin cuerdas vocales y después llorar, llorar y llorar, hasta la saciedad. Mi conflicto interno es gigantesco. Se chocan, se cruzan y se enredan ideas opuestas. Sola. Oscuro. Negro.

Las manos que pueden socorrerme están lejos. Demasiado lejos. Las veo tendidas, dispuestas a levantarme pero no logro alcanzarlas, la oscuridad me engulle y me desmonta. La Alina que todos conocían ha muerto y ya está enterrada. No volverá a existir y me gustaba. Estaba cómoda con esta Alina, con sus actos, con sus pensamientos, con sus compañías. Estaba en armonía con el universo, con los que me rodeaban, conmigo misma. Todo estaba bien. Todo era casi perfecto. Todo cumplía con su función. Cada órgano, cada parte de un entero… ¿Por qué la vida es tan cruel? ¿Por qué yo? Muy pocas respuestas para tantas preguntas. Ni siquiera hace falta lamentarse ni compadecerse de uno mismo. Es de débiles. Yo no puedo serlo. Ni ahora ni nunca.

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