“Estaba
en el jardín de casa y apareció de la nada un coche negro, un mercedes algo
antiguo, delante de la puerta color escarlata. De repente la puerta delantera
del lateral derecho se abrió y mi mundo
se iluminó. ¿Un halo de luz? ¿Un ángel? No. Era mi alegría. Bajó con una
sonrisa de oreja a oreja, su sonrisa. Su mochila azul marino colgaba de su
espalda. Algo no iba bien. Me abrazó y me dio un beso en la coronilla. No podía
sentir su olor, tenía la nariz congestionada. Me miró a los ojos con sus
hipnotizantes pupilas verdes y volvió a sonreír.
Me
sentía plena. Me agarró las muñecas y me dijo: - Vengo a despedirme. Me voy a
Argelia con mi padre.
En ese
instante su padre bajó del volante del automóvil. Una angustia se abalanzó sobre mi pecho. No
me transmitía buenas vibras.
No
quería que se marchara. Sabía que si nuestro abrazo se desprendía iba a
perderle para siempre. Y se desprendió. Desesperación. Vacío. Dolor.
-Espérame
aquí. Voy a buscar algo. – Asintió. Pero yo volví y él desapareció. Ya no
estaba. Se había ido.
Desesperación
. Vacío. Dolor. Otra vez.
NADA. Y tras ese miedo tan abismal me he despertado
esta mañana.
Largas
noches sin dormir, espantosas y temerarias. Tengo miedo. No tengo nada.
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