Miro a
mi viejita de pelo gris y gafas redondas. La preocupación se adueña de sus
facciones. No puede soportar la idea de que el amor de su vida esté postrado en
una cama de hospital, rodeado de dos desconocidos, mientras ella tiene que
atender a tres personas prácticamente lejanas a ella por la distancia y por el
peor enemigo de la raza humana, el tiempo.
Hasta
ahora habría jurado que ella era la luchadora, la fuerte… ella no está aquí
gracias a mí, ni siquiera está aquí por su hija, ella se mantiene en pie por
él, porque sé que no existiría el uno sin el otro. Son como la ley de causa y
efecto según los principios de causalidad; si existe una causa, inmediatamente
existe un efecto. Así son ellos, como el fuego y el hielo, que coexisten y se
complementan el uno al otro y aunque sean contrarios sé que cuando es espíritu
de uno de ellos se apague, el otro también dejará marchar su esencia. Y creo
que lo he comprendido, he comprendido que existe el amor verdadero, el amor que
dura toda la vida, ese amor con el que muchos soñamos pero pocos tenemos la
suerte de vivir.
Estoy
comprendiendo que cuando uno desaparezca de la faz de esta tierra el otro con
gran alegría y felicidad irá a su encuentro.
Si él
se va, ella no tendrá a quien cuidar. Si ella decide irse antes, él no tendrá
quien le cuide. Se necesitan el uno al otro como sus mismos pulmones necesitan
el aire del que se hinchan y es algo inevitable. Inevitable que el destino les
haya unido hace tantos años, inevitable que hayan pasado por tantas dificultades
juntos, inevitable que se hayan querido tanto e inevitable que sigan
queriéndose a estas alturas de su vida.
Ese
es el amor verdadero, aquel amor que
espero encontrar algún día y sobretodo, espero que camine junto a mi el resto
de mi existencia. Hasta entonces seguiré soñando con ese amor que quizás sí,
quizás no llegaré a vivir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario