miércoles, 8 de agosto de 2012

Déjame que te cuente... (I)


-¡Corre! Date prisa.- Gritaba mi madre desde la cocina. Necesitaba dos minutos más, sólo dos minutillos más, para poder ponerme los pendientes, arreglarme el escote del vestido, coger el bolso rojo a juego con los andamios que tenía por tacones y salir pitando de casa.
Mi padre, mi tía y mi primo me estaban esperando abajo en el coche con el aire acondicionado puesto. El calor estaba llegando a un punto casi insoportable apenas terminando ya la primera semana de junio. - Nos espera un verano muy cálido. Quizás demasiado. - Pensé.
El viaje en coche por la autopista se me hizo leve. Mi primo no paraba de sonreírme. Era tan adorable, una de las pocas personas (mini persona en este caso) capaces de alegrarme el día fuera cual fuera mi estado de ánimo.
Llegamos al aparcamiento que estaba bastante apartado del Auditorio Municipal, no fue muy difícil encontrar sitio. Bajamos del lujoso coche de mi padre, un capricho que se acabó dando tras tantos años de trabajo y esfuerzo. Ése era su sueño.
Bajé del vehículo a duras penas, el gentío que inundaba las calles me miraba con expresión curiosa.
-¿Esperad un momento!- Exclamó mi padre tras haber cruzado el paso de cebra que aceptaba ser pisoteado por tantas personas diariamente sin quejarse lo más mínimo. - ¿La ropa que te tienes que llevar piensas dejarla en el coche o cómo va esto? - ¡Dios! Con los nervios no me acordaba de que esa noche iba a quedarme a "dormir" a casa de una mis sonrisas, y digo "dormir" porque seguramente llegaríamos una vez asomado el sol por el horizonte.
Torcimos hacía la derecha, en dirección al Auditorio Municipal, lugar donde íbamos a celebrar nuestras deseadas orlas. - No vendrá.- Pensé. Estaba mentalizada casi al cien por cien de que no le vería hasta la hora de la cena y en cierto modo me tranquilizó pensar así, pero el tono de mi llamada, concretamente Russian Rulette de Rihanna, me alejó del hilo de mis pensamientos y cuando miré la pantalla dudé por un instante. Parpadeé. Contesté. Caminaba con dificultad por las benditas aceras. Estés acostumbrada o no a llevar tacones, catorce centímetros de más, se notan.
-¿Sí?
- ¡Hola! ¿Dónde estás?
-Emm, estoy a cinco minutos del Auditorio. ¿Tú?
-Nosotros estamos en la estación de buses porque se nos ha retrasado uno, pero en nada llegamos también.
-Espera, ¿vosotros?
-¡Sí, él está conmigo! - Felicidad, alegría, ilusión y nervios. Muchos nervios.
Problema a la vista. En teoría sólo se podía entrar con entrada y según mis matemáticas cuatro personas no podían entrar con una sola, pero tenía mis prioridades y sobretodo, tenía que hacerlo todo sin que mi madre se diera cuenta.
Encontré a dos de mis cuatro sonrisas, más guapas que nunca, con sus perfectos peinados y sus indescriptibles buenas vibras. Ésa iba a ser nuestra noche.
Me encargué de que mis padres y mis tíos estuvieran en el recibidor del gran edificio, básicamente para no pasar calor en la parte de fuera, expuesto al sol y salí con paso decidido a echar un vistazo para ver quién más de clase había llegado.
A pesar de mis dioptrías y mi pésima vista no me costó nada reconocerle. Era él. El mismo que viste y calza. Camisa blanca, corbata negra, tejanos oscuros y zapatos negros. Me miró con sus familiares ojos. Me desarmó. Le sonreí. No podía evitarlo. - Fallo mio. Era tonta. Mi tercera sonrisa iba a matarme. Ése no era el plan. Tenía que pasar de él para que así él viniera (psicología inversa, que normalmente funciona con el mayor porcentaje del género masculino).
-Espera- me dije a mi misma -¿qué lleva en las manos? - Me fijé mejor. ¡No me lo podía creer! ¿Cervezas? ¿Varias?
- ¡Mira quiénes han llegado!- solté sin pensármelo mucho. Sonreí a los dos amigos.
-¡Tengo algo para ti!- Dije girándome hacía Él, cuya expresión era de sorpresa. Abrí mi bolso, demasiado pequeño para poder sacar cómodamente el monedero donde estaba su entrada, pero para mis pequeñas manos eso parecía misión imposible. Le tendí mi monedero mientras intentaba cerrar el bolso. - Busca la entrada.
-¿Pero dónde está? - Estaba sudando como un pollo. Hacía calor.
-Por ahí. Mira bien. - Mis dos primeras sonrisas nos miraban con curiosidad mientras se reían y cuchicheaban algo. Después les preguntaría.
Conseguí sacar su entrada y entregársela a duras penas.
-Hueles a alcohol y estás sudado como un pollo - Dije primero seria y después algo divertida.
-Unas birras no van mal de vez en cuando. - ¿Sólo unas? Llevas unas cuantas demás.- Pensé.
-Ha llegado el gran día... - Sonreí. Estaba nerviosa.
-Sí...- Me sonrío. Sin haberme dado cuenta siquiera y a pesar de toda la gente que nos rodeaba su cara estaba a diez centímetros de la mía.
-Ven aquí.- Le dije. Y en menos de lo imaginado ya no había espacio entre su cuerpo y mi cuerpo. Mis brazos alrededor de su cuello. Los suyos alrededor de mi cintura. - Abrázame fuerte. Muy fuerte.- Susurré. Y firmemente obedeció.
Echaría de menos aquellos brazos. Lo sabía.
Deshicimos nuestro abrazo con una sonrisa en la cara de ambos.
Mi tercera sonrisa (que acababa de llegar) estaba perpleja.
Se acercó con su vestido negro, sus andamios y su peinado recién salido de la peluquería.
-¿Qué haces?
-Abrazarle...- Feliz. Estaba feliz de tenerle ahí, de tener a las personas más importantes en mi vida ahí reunidas.
-¿Y el plan? Está aquí Albert... quería verme. Acompáñame a saludarle. - Empezó a tirar de mi brazo.
-El plan... ¿has visto como va? Esta noche no me quiero emborrachar porque esta noche, que puedo estar a su lado, voy a estarlo... esté el bien o esté mal.
-Lo sé, lo sé... ¿Ha llegado? Me ha llamado... ¡Han venido a vernos! Somos importantes en sus vidas. ¿Lo sabes no? - Asentí con ilusión. - Esta es nuestra noche. Esta es tu noche, mi noche. Aprovéchala. - Arqueó las cejas con gesto de seducción. Le di un codazo y empezamos a reírnos mientras bajábamos las escaleras para encontrarnos a Albert.- Acaba de llegar, ¿qué hago?
-Relájate. Estás preciosa. Tiene los ojos como platos... - Dije con tono burlón. Ella me lanzó una mirada matadora y a pesar de su aspecto enfadado sabía que le encantaba la situación. La conocía, como ella a mí. Nos conocíamos demasiado.
La hora de entrar al gran recinto se acercaba segundo a segundo. Los padres y familiares ya estaban dentro. Los chicos desaparecieron entre el gentío. Nervios.
La ceremonia pasó lentamente, con ligeros giros de cabeza para comprobar si seguía en su sitio y pequeños halagos por parte de los profesores hacía nuestras vestimentas. En efecto, estuvo ahí, vociferando y haciendo acto de presencia hasta que nuestra clase salió al escenario, recibimos uno por uno el diploma y nos hicimos la foto oficial con el tutor. ¿De dónde sacó la paciencia?
A las nueve y media el espectáculo acabó con toda la promoción 2010-2012, profesores incluidos, sobre el escenario, cantando y bailando mientras mi negrito y unos cuantos compañeros más tocaban canciones muy conocidas.
Salimos a la terraza-patio del recinto del Auditorio que estaba atiborrada de gente que tomaba su aperitivo. Llegó la hora de las fotos con los profesores. Miradas. Sonrisas. Electricidad en el aire. Abrazos disimulados.
-Vamos a hacernos una foto con tu padre.
-¿Estás loco? ¡No!
-¿Es buena gente, no?- Asentí.-¿Pues entonces?
- Estás borracho...- reí con amargura. A la mierda mi noche especial.
- No, no estoy borracho. - Estaba divertido. ¿Le hacía gracia? Porque a mi no.
Me di la vuelta. Mis amigas me reclamaban.
Mi padre se acercó.
-Dile que tenga cuidado o le arranco las patillas.- Estaba divertido.
-¡Papá!- Exclamé molesta mientras me aseguraba de que nadie le haya escuchado.
-Oye... ven a despedirte de tus tíos. Nosotros ya nos vamos.- Me guiñó el ojo.
Entre mis tíos y mis padres me dejaron la lección bien clara. Sólo faltaba aprendérmela: "ten cuidado", "hay mucho loco suelto", hay muchos borrachos", "ojo lo que haces" y para variar "siempre con protección".
Me despedí de ellos y de mi primo de tres años y fui en busca de mi cuarta sonrisa, ya que aquella noche íbamos a "quedarnos a dormir" en su casa. Tras dejárselo todo a su madre nos dirigimos hacía el bar donde íbamos a cenar.
La noche era joven. Acababa de empezar.
Pero las cosas empezaros a salirse de mi control. Dentro del restaurante, con las mesas ya preparadas en nuestra sala, sólo estábamos mis cuatros sonrisas y yo.
Poco a poco empezaron a entrar pero faltaba alguien... me levanté, le busqué con la mirada. Nada.
La rubia me miró con cara interrogante.
-Voy a buscarle.- Negó con la cabeza. Me levanté y salí a la calle. Mucha gente pero él no estaba.
Llamé al rastafari.
-¿Dónde estáis?
-Por ahí... - Otro que iba borracho. No...-Suspiré.
-Vale.. ¿Por ahí dónde?
-En el aparcamiento. ¿Tú dónde estás?
-Voy para allá, pero no os veo. Ya estáis llegando tarde a la cena, sólo faltáis vosotros.
-No vamos a cenar.
-¿Cómo que no?
-No.
-¿Él está contigo?
-Sí.
-¿Tampoco viene a cenar?
-Espera que pregunto... dice que no.
-¡¿Cómo que no?! Vale, ahora os veo. - Colgué. Estaba realmente enfadada. Yo, que me había comido el coco para lograr organizar una cena con toda la clase junta, en condiciones, para que ahora la gente me vaya diciendo que no... Cambio de opinión. Esa noche estaba gafada.
Venían hacía mi, el rastafari, él y dos amigos más. Yo caminaba con dificultad. ¡Malditos tacones!
-¡Eyyyy!- Contentos, casi corriendo me rodearon. Estaban felices y apestaban a cervezas.
-¿Cómo que no venís a cenar?- Intenté esconder mi decepción.
- Nop.- Contestó él riéndose.
-Yo... si vienen a cenar estos dos mantas...voy!- Dijo el rastafari levantando la lata de cerveza que tenía en la mano mientras miraba a sus dos amigos.
-No tío... no tenemos dinero para ir a cenar. Sólo para la discoteca... y ¡los cubatas!- Los cuatro rieron.
Me giré hacía él. Me abrazó. Me alejé un poco para poder verle el rostro bañado por las luces de las farolas de la calle.
- ¿Tampoco vienes a cenar?
-No.- Se reía. Piensa... piensa...¡Eureka! Chantaje emocional. No puede seguir bebiendo sin comer. Se pondrá malo o le fallarán las fuerzas en cualquier momento.
- Mmmmh, vale... entonces si no vienes a cenar olvídate de mi.
-¡Vamos a cenar!- Exclamó mientras me cogía de la mano y caminaba rumbo al restaurante.
El rastafari y sus dos amigos se quedaron fuera. Él hizo ademán de hacer lo mismo.
-No señorito, ni hablar. Tú entras dentro a comer algo.- Mi voz era firme.
-¡Sí señora! - Hizo un saludo militar y entró dentro.
Nada más cruzar la puerta que separaba nuestra sala del resto del bar, mis dos primeras sonrisas se acercaron.
-¿Sabes por qué nos reíamos antes? Cuando sacabas el monedero para darle la entrada...
-No, ¿de qué?
-Parecíais una pareja. - mi corazón dio un vuelco tonto. Pareja. Él. Yo. Nosotros...- ¡Ya vale! - Me dije a mi misma. Empecé a reírme.
Ocupamos nuestro lugar, cuando entró mi tercera sonrisa como alma que lleva el diablo dentro de la sala gritando.
- Pues el rastafari está fuera, porque no le dejan entrar con las cervezas y... - gesticulé para que se callara, pero ella no me hizo caso.- le han echado y no le dejan entrar.
-¿Cómo?- Él se levantó de la silla.- No- pensé.- No te vayas...¡Mierda! Tengo que irle detrás. Tiene que cenar.
-Te mato.- Le dije a mi amiga antes de salir disparada tras él.
Crucé el bar casi volando. Por suerte unos momentos antes me había intercambiado los zapatos con mi colombiana y ésta me había dejado las manoletinas.
-Vale... vamos para dentro. Ya ves que el rastafari no está aquí.
-Espera que me acabe el piti.- Me guiñó el ojo.
-Estamos un poco locos...- le dije mientras miraba hacía arriba. Era condenadamente alto, con unos treinta centímetros estimaba.
Acorté la distancia que nos separaba. Me reí. Se río. Estaba... ¿tenso? ¿Nervioso?¿impasible?
Tiró el cigarrillo a mis pies. Lo pisé con el típico gesto para apagarlo. Seguíamos cerca.
-¿Vamos para dentro? Deben estar esperándonos.


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