miércoles, 8 de agosto de 2012

Déjame que te cuente... (III)


Después de muchas horas sin saber nada del rastafari por fin me lo encontré, en estado de ebriedad, como no, pero le resumí lo ocurrido en los últimos quince minutos.
Mi tercera sonrisa insistió en que fuese a acompañarla al baño, donde se puso a hablar con un grupo de chicos y cuando casi me la llevé a rastras. Estaba mal. Ella también estaba mal.
-¿Dónde está él? - Me preguntó el rastafari.
-Ni lo sé ni me importa.- Dije muy dolida.
-Vamos a buscarlo.
-No.
-Va, vamos a buscarlo.
La última vez que lo había visto apenas se tenía en pie, con que muy bien tampoco podía estar. Acepté acompañarle.
Dimos una vuelta por la sala principal, y la única que estaba abierta, pero ni rastro de él.
-Voy a llamarle. - El rastafari cogió el móvil y marchó su número.
-¿Ei loco, dónde estás? ¿Fuera?
-Pregúntale con quién está. - Mascullé.
-¿Con quién estás nen? Dice que solo, y que está muy mal. Vale tío, tú tranquilo que ahora vamos.
-¿Qué te ha dicho? ¿Dónde está?
-En el parking, sólo. Dice que está muy mal.
-¡Normal, con todo lo que ha bebido! - Repuse enfadada.
Nada más llegar a la salida de la discoteca, los de seguridad, una mujer y dos hombres, nos miraron detenidamente por un instante.
-¿No me ponen sello? -Pregunté.
-Quien sale ya no entra. - Afirmó uno de los hombres.
Miré con desesperación al rastafari.
Me miró sonriente y me dijo:
-Sabes que yo no pinto nada ahí. Ves tú a estar con él.
-Pero...- Y mientras yo me quejaba él se dio la vuelta y bailando volvió a la ola de gente que descargaba sus últimas energías a las cinco de la mañana.
-Perfecto- refunfuñé. - Sola, sin saber donde está este... este loco inconsciente.
Salí al parking, pero mi vista no me permitía ver casi nada.
-¡Oh, mierda! - El suelo estaba lleno de piedrecitas.  Saqué mi móvil del bolso, busqué su nombre en la agenda y apreté la tecla de llamada.
Tono, tono, tono, tono y cuando estuve a punto de colgar me contestó.
-¿Sí?
-¿Dónde estás?- Dije con enfado.
-Aquí, en la rotonda...- De putis. Ahora tenía que encontrar una rotonda.
-¿Qué rotonda?
-En la rotonda... ven por favor, estoy muy mal.- Mi preocupación era evidente. Tenía que encontrarle cuanto antes. No estaba bien, su voz lo decía todo.
-Vale, no te preocupes, te voy a encontrar... vale, ya te veo. ¡Voy para allá!
Estaba en la acera que rodeaba la carretera que daba la vuelta a la rotonda, apoyado en una señal de "STOP". Apenas podía tenerse en pie.
Llegué a duras penas y ni siquiera sé como logré correr hacía él, que en cuanto me vio, se tiró al suelo cuan largo era. Me agaché a su lado.
-¿Qué te pasa?- Le pregunté con dulzura.
- Estoy muy mal... por favor, ven aquí, túmbate conmigo. Abrázame muy fuerte. No me dejes.
-Claro que sí. - Y le hice caso. Y me tumbé a su lado, sobre la dura acera. Coloqué el hueco de mi cuelo sobre su brazo y le rodeé con los míos. Me besó la frente, la nariz, la boca...
-¿Estás bien? Dios...- era verdad o estaba soñando. ¿Realmente me necesitaba? No me lo creía.
- Estás aquí conmigo... no me dejes.
-No te voy a dejar, ¿vale? No pienso dejarte. Estoy aquí contigo e irá todo bien. Tranquilo... - le decía mientras le llenaba la cara de besos.
Su cuerpo necesitaba expulsar el alcohol que revolvía su estómago y las arcadas empezaron a hacerse notar. - ¿Qué hago?- me pregunté- Nunca antes he atendido a una persona borracha... - pero recordaba como mi madre me cogía la cabeza cuando era pequeña para ayudarme a vomitar y eso mismo hice.
Para mi sorpresa no me daba asco. La preocupación podía con ése sentimiento. Las ansias porque él estuviera bien podían con todo.
Volvió a echarse sobre el duro pavimento. Volvió a abrazarme. Coloqué mi bolso debajo de su cabeza.
-¿Qué haces?
-Improvisar una almohada para que el suelo no sea tan duro. Eso es lo que hago. - Sonrió con los ojos cerrados.
-Vámonos al césped. Allí estarás mejor y no será tan duro como este suelo. Vamos...
Le costó levantar, pero al final lo logramos. Apoyó casi todo su cuerpo en mí. La cabeza le daba vueltas.
Llegamos al borde de la rotonda y comenzamos a cruzar la parte que contenía piedras para llegar al césped, pero en una fracción de segundo, un  paso mal calculado, mi tobillo se torció y en menos de lo que me habría imaginado mis rodillas frenaron el golpe de todo mi peso contra el suelo. Mientras caía vi como su cuerpo se precipitaba hacía delante y también caía al suelo. Mis tobillos habían aguantado bastante, pero de ahí no pasarían.
Se levantó lo más deprisa posible y vino en mi ayuda.
-¿Estás bien?-Dijo asustado.
-Sí, estoy bien. ¿Tú?
-¿Te llevo en brazos?- Preguntó mientras me quitaba los tacones.
-¡No! Nos matemos! - Y ambos soltamos una carcajada.
-Lo siento. - Supliqué. Y me puse de puntillas para rozar sus labios. Una vez más. Sólo una vez más.
Caímos rendidos sobre la suave hierba. Nos abrazamos. Encajamos nuestras extremidades de tal manera para que ninguno de los dos estuviera incómodo. Nos besamos. El cielo, lleno de estrellas nos miraba desde lo alto. Estaba feliz. Le estaba cuidando. No había permitido que le pasara nada. Estaba feliz por ello.



-Gracias por estar aquí a mi lado - murmuró- por cuidarme. No me dejes nunca. No quiero que te vayas. Cuídame siempre, por favor. – Y su abrazo entorno a mi cuerpo se volvió más firme. – Te necesito…
-Estoy aquí, cuidándote y siempre estaré a tu lado…- Las lágrimas quemaban mis ojos. Me apreté más contra él, escondiendo mi cara entre su cuello y el suelo.
Se sentó sobre el césped con la cabeza entré las rodillas.
-¿Estás bien? – Pregunté preocupada.
-¿Por qué me has dejado beber tanto?- vociferaba aparentemente sin conocimiento.
-Buena pregunta…
Giró la cara hacía mi. Nos besamos.
-Tengo frío. Ven abrázame.- Nos volvimos a echar sobre la fría hierba.
- Dios… ¡Pero si estás temblando!- Me asusté. Estaba demasiado frío. Efectos del alcohol, claramente. – Voy a dentro, el compañero tenía una americana, no creo que la use… voy a buscarla. ¡Necesitas abrigarte!
-¡No! No… No te vayas. Por favor, quédate aquí conmigo. Prefiero morirme de frío que estar sin ti.- Fue como encajar una patada en las tripas. No podía estar diciéndome eso… no en ese momento. No a un mes de que me fuera.
La necesidad de cariño que se reflejaba en sus ojos era sobrecogedora.
-Vale… no me voy, pero tendremos que hacer algo para que entres en calor. Ven. – Le ayudé a levantarse y apoyar su espalda en mi regazo. Mi cuerpo no era como una estufa porque también estaba helada de frío, pero era mejor que nada. Ahora lo más importante era ayudarle a él.  Necesitaba el calor más que yo.
Sus labios se volvieron morados y su piel pálida, con un aspecto enfermizo me asustó todavía más.
-¡Aguanta, eh! Si te pasa algo… si te pasa algo yo me muero…- Sonrió a escuchar mis palabras cursis. Sus ojos estaban cerrados. No podía ver mis ojos llenos de lágrimas.
No estaba a punto de llorar porque él estuviera así. Era una simple borrachera.
Me mataba la idea de alejarme de él, de que quizás, aquellos momentos fueran los únicos que vivirían a su lado. Me mataba la idea de que pudieran hacerle daño de nuevo.  Me mataba la idea de saber que en el futuro sus pensamientos, sus líneas y todas sus sonrisas le pertenecerían a otra persona y el tiempo se encargaría de borrarme de su mente. – Pero yo siempre te tendré presente. Inexplicablemente.
Se removió entre mis brazos mientras yo trataba de frotar mis pequeñas manos por su espalda, para camuflar el fresco de la madrugada.
-¿Por qué me estás haciendo esto, eh? – La pregunta iba más dirigida hacía mi misma que hacía él.
-No me preguntes estas cosas hoy… pregúntamelas mañana.- Ya estaba en los brazos de Morfeo.
-No… no sé por qué estoy aquí, contigo. Yo estaba enfadada.
-Porque me quieres…- Respuesta que por su parte, jamás habría esperado.
-¿Y tú a mi?
-No tanto como tú, pero yo también te quiero.
Me tomé la libertad de liberar una mano de su espalda y acariciar su rostro, el contorno de sus labios, las órbitas de sus ojos cerrados, la fina forma de su nariz. Suspiré.
-¿Sigues teniendo frío?- Le pregunté.
-Sí.- Giró su cuerpo en un mínimo momento y su boca presionó la mía. – Tengo una idea para entrar en calor.
-¿A sí?- Tonta de mi.
-Sí..- Y poco a poco nos tumbamos sobre el frío césped, cara a cara. Su cuerpo dio otro giro y acabó sobre el mio. Su mano derecha buscaba mi rodilla. Una vez localizada, y mientras nos seguíamos besando, ésta trepó por mi pierna esquivando mi vestido.
-No. – Cogí su mano. Me miró con los ojos abiertos primero. Después con curiosidad.- Nunca he estado con nadie y … yo no quiero ser para ti el polvo de una noche.
-¿Nunca has estado con nadie? Pues mejor, así te estreno.- Un atisbo de machismo se asomaba en su rostro. - ¿Me estrena? ¡Cómo si fuera una camiseta!
Le di un empujón algo molesta y me lo sacudí de encima.
Me amarró de la cintura y me giró sobre él. Atacaba mi cuello.- Que no me quede marca, que no me quede marca…, dios, que calor, demasiado calor…¡contrólate! Estáis en una rotonda, pronto empezará a amanecer. No y no. Me niego a que pase algo en estas circunstancias, y además él estando borracho. ¿Se acordará de algo mañana?... – Yo seguía con mi monólogo interior mientras él jugueteaba con mi cuello y el lóbulo de mi oreja.
-Para… no está bien esto…- parpadeó.
-¿Por qué?
-Mira donde estamos.-  Hizo ademán de levantarse y finalmente lo logró con dificultad. Me tendió la mano.
-¿Vamos?
-No. Nosotros nos quedamos aquí, porque tú no estás en condiciones de hacer nada.
-Sí que estoy en condiciones. Estoy en todas mis facultades mentales.- Sonreía.
No podía hacerme eso, no podía hacérselo a él. Me moría de ganas, pero ése no era ni el momento ni el lugar.
-Ven, siéntate.- Se volvió a sentar a mi lado. Me miró con seriedad.
-¿De verdad que nunca has estado con ningún chico?- Noté como mis rostro se volvía más colorado.
-Nunca…- intenté bromear- ¿quién iba a querer estar con una chica como yo?- Me miró un instante antes de contestar.
-¡Pues yo!- Sorpresa.  Solté una carcajada nerviosa. Desde luego, el alcohol es muy peligroso.  Empezaba a creer que el tópico “Los niños pequeños y los borrachos siempre dicen la verdad” no era del todo cierto. Aun así estaba “orgullosa” de mi fortaleza.
-Gracias… gracias por hacerme sentir tan querido. – No tenía respuesta para eso.
El sol asomaba sus primeros rayos por el horizonte.
-¿Tienes saldo? Déjame llamar a mi madre por favor, me encuentro mal.- Seguía muy pálido, pero al menos ya no tenía náuseas.
-Claro que sí. – Rebusqué en mi bolso y saqué el móvil. Entretanto nos levantamos. Nos abrazamos. Estábamos cara a cara, frente a frente.
-Hola ¿mamá? Soy yo. ¿Me puedes venir a buscar, por favor? Me encuentro mal. Tengo frío. Sí. Estamos aquí. Gracias mamá. – Las lágrimas brotaron de sus ojos para escurrirse por su mejilla. Nada más colgar, se quedó mirando  la pantalla del celular.
-Te quiero…- susurró. Alzó la vista y me devolvió el móvil.
Todos mis esquemas se rompieron, me trasmitió tanta ternura que mis rodillas fallaron por un instante. Sequé las lágrimas de su cara mientras le lancé una mirada de comprensión, llena de cariño, le abracé. Nos abrazamos.
-Ella también te quiere. Y mucho. – Repuse.
-Qué grande eres- masculló mientras me daba un beso en la coronilla.
- Un metro sesenta, ya sabes.- Reímos.
-Ya sabes a lo que me refiero…-Nos besamos.
Cogió mi mano y empezó a caminar.
-¿Dónde vamos?- Pisé mal y volví a torcerme el tobillo.
-¿Cuántas veces te has torcido el tobillo esta noche?-  Se burló.
-No lo sé, muchas… - me quejé haciendo pucheros.
-Vamos a hacerle las cosas más fáciles a mi madre. – Adoraba a su madre y estaba segura de que ella le adoraba a él. Era imposible no adorarle.
-¿Sabes? Hacía cuatro años que un chico no me besaba, ni me acariciaba, ni me abrazaba así... -susurré escondiendo mi cara en su pecho. Sonrío.
-Pues aquí me tienes, entero para ti solita.- Mío. Sólo por un instante, pero mío.
Tomados de la mano empezamos a caminar carretera abajo, dejando la rotonda, la discoteca y aquella maravillosa e inolvidable noche atrás.
Con paso lento, fuimos avanzando mientras el sol asomaba su somnolienta cara.
-Vuelve con las chicas a la discoteca. – Estaba ¿preocupado?
-Mmmm no. No pienso dejarte solo. Me esperaré contigo hasta que llegue tu madre. Además…- me quedé mirando el vacío.
-¿Además qué?- Preguntó impaciente.
-Ya no puedo entrar. Tengo que esperar a que salgan… - expliqué divertida.
-¿Pero por qué?- No lo entendía.
-Fácil. Porque si sales, ya no puedes entrar.
Se quedó perplejo, pensando en a saber qué.
Paramos para esperar a su madre. Me abrazó por detrás y así, como dos enamorados nos quedamos hipnotizados mirando el amanecer.
-Mira que bonito amanecer…- susurró con dulzura junto a mi oído.
Abrazos, besos, cariño y anhelo. –¿ Me arrepentía de no haber accedido a tener intimidades con él? No quise pensar en eso. Disfruté de la magia del momento.
El coche de su madre apareció. - Él, me volvió a abrazar. – Su madre redujo la velocidad hasta estacionar cerca de nosotros. – El me besó.- Yo estaba alucinando.
-Gracias guapísima. Adiós- Me dijo con una sonrisa mientras se dirigía hacía la puerta trasera del coche gris verdoso.
Me quedé tranquila, ya estaba en buenas manos y dando la vuelta para volver delante de la discoteca a esperar a los que todavía seguían dentro, estaba a punto de enfrentarme a todas mis preguntas, a todos mis miedos y al desenlace de aquella historia.
¿Se acordará al día siguiente? ¿Para él también habrá  sido tan especial? ¿Se arrepentirá?
Suspiré mientras me abracé a mi misma por culpa del fresco. - Algún día espero que conteste a todas estas preguntas, hasta entonces, me espera un buen almuerzo con mis amigas y una buena tarde de sueño, que me ayude a recuperar el perdido.
Y mientras seguía caminando sola, por el borde la carretera, pensando en todo lo ocurrido en la noche anterior, una sonrisa se dibujó en mi rostro y la esperanza tiño mi alma.
- Nunca perderé mi sonrisa.- me juré a mi misma. - No lo haré.

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